viernes, 12 de agosto de 2016

Por qué es tan difícil reformar¨las AFP?


El sistema creado por José Píñera tiene el poder que le da administrar US$170.000 millones
Too Big to Fail: por qué es tan difícil reformar de raíz el sistema de AFP


No es ni bueno ni malo, simplemente un hecho de la causa. Para empezar, el 57% de las inversiones de AFP y aseguradoras en Chile está en bonos de bancos, empresas, depósitos a plazo y acciones. Al mismo tiempo, estas dos industrias representan uno de cada cinco pesos captados por bancos y empresas en estos cuatro activos de inversiones. 
Un trabajo desarrollado por la Unidad de Data de El Mostrador devela el todopoderoso poder de inyección de dinero de las pensiones al sistema financiero. Así las cosas, como dijo Henry Paulson, el ex Secretario del Tesoro de EE.UU., en la famosa película sobre la crisis subprime, “imposible dejarlo caer”.

Wiliam Hurt, interpretando a Henry ‘Hank’ Paulson, ingresa a escena en una pieza con luz tenue, donde le esperan sus asesores, liderados por el jefe de estos, Jim Wilkinson (Topher Grace). Es el 17 de septiembre de 2008 y el entonces jefe del Tesoro estadounidense –el Ministerio de Hacienda del país más rico de mundo– informa a su gente que tomarán el control del gigante asegurador AIG.

Wilkinson cuestiona la idea, asegurando que habrá críticas por cambiar de conducta, en contraste con lo ocurrido con Lehman Brothers, banco que cayó al no ser intervenido por el Gobierno.

“AIG tiene avales, activos”, parte explicando con suavidad Hank. Pero, ante la insistencia, descarga la artillería retórica.

“El avión en que llegamos esta mañana…leasing AIG, la construcción en el centro es AIG. ¡Los seguros de vida –89 millones de pólizas– con un valor nominal de 1,9 billones de dólares! Miles de millones en pensiones de maestros! ¡Está en todas partes! ¿Querías algo demasiado grande para caer? Aquí esta. ¿Tienes una idea mejor? El libro de sugerencias está abierto”.

El silencio domina la escena. Paulson no necesita argumentar: Too big to fail. Aunque la traducción latina de la película lanzada en 2012 y que aborda momentos clave de la crisis subprime de 2008 es Malas Noticias, la frase apunta a un coloso financiero tan grande que no se puede dejar caer.

Aunque la analogía no es perfecta para el sistema de pensiones chileno, sí refleja con claridad el poder omnipresente que tiene hoy la inversión de los ahorros de los trabajadores –administrados por seis AFP– en el financiamiento de la inversión de las empresas y bancos chilenos.

Y esa es precisamente la razón por la cual el paquete de reformas que propuso el miércoles la Presidenta Michelle Bachelet sigue incluyendo a las AFP como los actores claves del sistema de pensiones chilenos.

Según los datos recabados por la Unidad de Data de El Mostrador, a marzo de 2016 el 21% de los dineros recibidos por bancos y empresas como inversión de los fondos en bonos, depósitos a plazo, acciones y bonos bancarios en Chile, viene justamente de las AFP y las aseguradoras. Las AFP por sí solas administran casi US$ 170.000 millones, lo que equivale a dos tercios del PIB de Chile.

Es decir, uno de cada cinco pesos que los bancos reciben en depósitos y bonos y las empresas en acciones y bonos, son financiados por las AFP. En total, 59 millones de millones de pesos. Una cifra poco digerible para la población que promedia sueldos de menos de 500 mil pesos líquidos.

En dólares, a marzo pasado, eran US$ 76.000 millones, el equivalente a un cuarto del PIB chileno, o casi la mitad del total de fondos acumulados en el sistema de pensiones o el equivalente al valor de Codelco, la estatal chilena que es la minera de cobre más grande del mundo, según las estimaciones que se hacían hasta hace poco, cuando el precio del metal rojo rondaba los US$ 4 la libra. Más aún, equivale a unas doce de veces más que el déficit del Transantiago en los últimos ocho años.

La magnitud, eso sí, ni siquiera es tan preponderante como el destino de los recursos.

Para este artículo, se consideraron los cuatro principales instrumentos (no estatales) donde tienen invertidas las platas las AFP en el país: bonos bancarios, depósitos a plazos, bonos de empresas y acciones de empresas y bancos. A esos cuatro items, los fondos de pensiones destinan el 57% de los fondos invertidos en Chile. 
La cifra sube a más del 80% si se retiran de la base las inversiones destinadas a instrumentos estatales, como bonos del Banco Central, Tesorería de la República y bonos de reconocimiento y Minvu.

Esto significa que casi 6 de cada 10 pesos que las AFP y aseguradoras invierten en Chile, de los ahorros realizados por los afiliados al sistema de pensiones, van directamente a financiar a empresas y bancos solo en estos instrumentos.

Por eso, José Piñera –el creador de las AFP y el sistema de capitalización individual que rige hoy– hablaba de la “llave maestra” que representa este sistema en el crecimiento económico que tuvo el país en los últimos 35 años. Sin los fondos de pensiones, en la actualidad las empresas y bancos tendrían que recurrir a otras fuentes de financiamiento para realizar sus negocios.

Este nivel de preponderancia de los fondos de pensiones en el sistema financiero local es el que sintetiza el poder de influencia que tienen las AFP y aseguradoras en el país. Y es el mismo nivel de relevancia el que lo hace más invulnerable a posibles políticas públicas que modifiquen la forma en que funciona el sistema de pensiones.

Si un Gobierno pretende intervenir el destino de las cotizaciones que obligatoriamente se cobran cada mes a los trabajadores con contrato en el país, llevándolos a un pilar de reparto parcial –que parte de esas cotizaciones no vayan a las cuentas individuales de cada afiliado sino a un pozo común para ser destinado a mejorar el monto actual de jubilaciones–, como planteó el grupo B de la Comisión Bravo, las piedras en el camino toman forma de meteorito.

Para Marco Kremerman, de la Fundación Sol, las cifras develan el profundo poder que tienen las Administradoras de Fondos de Pensiones y aseguradoras cuando se trata de revisar, desde la política pública, el sistema de capitalización individual que ellas administran.

“Efectivamente el nivel de penetración de los fondos de pensiones para alimentar y bombear con combustible fresco a la banca y los grupos económicos es muy importante. Eso significa que hay una cuota de poder gigantesca a la hora de hacer cambios.
Detrás de este flujo de dinero, significa que la matriz productiva chilena se acostumbró a funcionar con estos recursos que involucran un costo bastante bajo y que es un dinero cautivo, permanente, que no obedece a grandes fluctuaciones y decisiones en relación con el riesgo país chileno, pero que permite que el dinero fluya consistentemente en el tiempo”, señala.

Axel Christensen, director para América Latina e Iberia de BlackRock –el principal fondo de inversión en que invierten las AFP fuera del país– coincide en lo determinante que ha sido el sistema de pensiones como fórmula de financiamiento para empresas y bancos. “Son el principal mecanismo de ahorro de las personas en el país”, afirma.

Sin embargo, advierte que el impacto que pueden tener medidas que intervengan en los ahorros que gestionan las AFP –es decir, si se rompiera parcial o totalmente el sistema de capitalización individual– no necesariamente afectará el flujo de dinero al sistema financiero, pues igualmente las cotizaciones deberán ser invertidas en algún instrumento para buscar rentabilizarlos.

“Esa plata se debe invertir en algo. Si se mete en papeles del Estado y que recaude el Estado –que sería algo irreal–, da lo mismo el que maneja la plata. Si mañana todos se van a una AFP estatal, supongamos, porque fuera gratis, por ejemplo, quedaría esta plata en una AFP y no implicaría grandes cambios significativos en la estabilidad del sistema”, agrega.
La cadena

Cada mes, un trabajador contratado ve que un 10% de su sueldo bruto –no el que le llega al bolsillo, que es el líquido– se va a una cuenta en la AFP. Al pasar los años de actividad laboral y cuando debe pensionarse, el sistema da dos grandes alternativas para retirarse.

Por un lado, permite tomar un Retiro Programado –que ofrecen las AFP y que permite al pensionado mantener la propiedad de los fondos acumulados, incluyendo la exposición al mayor o menor riesgo de que se sigan invirtiendo sus dineros en el mercado, pero también con su consiguiente rentabilidad– o la renta vitalicia –que la entregan las compañías de seguros de vida y en cuyo caso la empresa se queda con la plata del pensionado a cambio del compromiso legal de pagarle una pensión definida al momento de jubilarse–.

Por ello, el sistema de pensiones no solo incluye a las AFP sino también las aseguradoras. Las AFP gestionan los ahorros en la etapa de ‘acumulación’ y las aseguradoras – y también las AFP– gestionan los dineros cuando la persona ya se retiró. En todo ese largo periodo –una vida completa de un trabajador–, sus ahorros están invertidos en los destinos señalados.

Hasta hoy, las AFP y las aseguradoras, reguladas por distintas normas, manejan los fondos, los invierten y asumen el rol fiduciario de protegerlos. Designan a representantes en los directorios de las empresas donde tienen acciones, pagan las pensiones y atienden consultas. 
Y donde tienen participación en la deuda de sus sujetos de inversión, son acreedores, es decir, tienen el poder sobre los pasivos de los emisores y, con ello, son relevantes en las decisiones que se tomen respecto del futuro de una compañía con dificultades financieras.

Así sucedió en el caso La Polar, donde las AFP aportaron votos determinantes para aprobar los aportes de capital que se hicieron en 2012 para reflotar la compañía y, asimismo, en 2014, cuando se decidió capitalizar –transformar en acciones, propiedad de la empresa– la compañía, absorbiendo así las deudas que tenía y que no podía pagar. AFP y aseguradoras fueron decisivas para que no cayera la empresa y siguiera a flote. El poder de representar recursos.

También han tenido rol perjudicando indirectamente la suerte de algunas empresas. Así ocurrió con CorpBanca, en 2013, cuando en pocos meses las AFP redujeron dramáticamente su inversión en depósitos a plazo del banco que en ese momento controlaba Álvaro Saieh. 
Dicha fuga generó inmediato temor en el mercado y el costo de endeudarse para CorpBanca subió fuertemente, generándole una estrechez de liquidez – (recursos disponibles líquidos– que la tuvo en el limbo, siendo solo rescatada por actores públicos, como BancoEstado. El empresario nunca les ha perdonado esa jugada a las AFP.
El ‘bombeo’ a los bancos

Hacia fines de los 80, cuando el sistema que creó Piñera se acercaba a su primera década de vida, los fondos de pensiones se invertían fundamentalmente en instrumentos del Estado. Con el avance de las privatizaciones y luego con el desarrollo de la bolsa y el mercado de capitales –ese espacio de actores financieros donde se captan recursos para invertirlos en las empresas en su crecimiento–, los fondos comenzaron a apostar por instrumentos más riesgosos pero también, según la teoría, con mayor posibilidad de ganancia en el largo plazo.

Desde el año 2002, los fondos que gestionan las AFP pudieron invertirse en cinco multifondos: A, B, C, D y E.

Los primeros dos son los llamados riesgosos –que invierten entre 60% y 80% de los recursos en renta variable (principalmente acciones)–, en tanto que los dos últimos son los llamados conservadores, pues solo invierten entre un 5% y un 10% en acciones y el resto va a instrumentos de renta fija, como los bonos estatales señalados y deuda –en distintas modalidades– de empresas privadas y públicas, incluyendo los bancos.

Hasta la crisis de 2008, la renta variable casi doblaba su importancia respecto de la renta fija, como destino de inversión de los ahorros. El cataclismo financiero de 2008, donde AIG fue rescatada pues era demasiado grande para caer –como señaló Paulson–, movió las fichas y los fondos comenzaron a ser destinados más a renta fija. Tras un periodo de reflote de las acciones, en los últimos años el afán por obtener rentabilidad en los mercados bursátiles fue decayendo.

Pero la importancia de los fondos en la economía chilena no varió. Hoy, bancos y empresas tienen mucho que agradecer a los fondos de pensiones que gestionan las AFP en la etapa activa de los trabajadores y parcialmente las aseguradoras en la etapa pasiva o de retiro.
Bonos

Según las cifras recabadas por este medio de los estados financieros de la banca local, a marzo de 2016 –publicados por la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras (Sbif)–, esta industria tenía emitidos en Chile bonos –instrumentos de deuda– por $ 32,89 millones de millones, esto es, unos US$ 48.700 millones –con dólar al 31 de marzo pasado–. De esa cifra, casi la mitad (47%) son recursos provenientes de fondos que administran las AFP y las aseguradoras de vida.

Esto es, la mitad de la deuda emitida por los bancos solo por esta vía y que luego es usada para ofrecer créditos a empresas y personas, generando así el casi 20% que históricamente han tenido en promedio como retorno sobre patrimonio (ROE) los bancos, viene de los ahorros de los trabajadores.

De paso, por cierto, dichas ganancias dejan utilidades a los accionistas, donde parte de ellos son los propios fondos de pensiones, y también generan los recursos para cancelar el interés que se les paga a los inversionistas –entre ellos, los fondos de pensiones que manejan las AFP y las inversiones de las aseguradoras– por prestarles dinero vía los mencionados bonos.

Quienes cuestionan esta forma de financiar el sistema productivo de Chile lo ven como una especie de subsidio de los chilenos a las ganancias de los bancos, pues sustentan el beneficio de hacer crecer a estas entidades pese a que, en la segunda parte de la cadena de negocios del banco –la primera es la captación de dinero, en este caso deuda vía bono–, dicho banco usa esos mismos recursos para luego prestarlos a tasas muy superiores.

Lo explicó sucintamente el ex Presidente Ricardo Lagos hace algunos días, tras observar la marcha de No+AFP, apuntando al ejemplo de la inversión de los fondos en empresas de retail, como Cencosud o Falabella, donde las AFP tienen alta participación.
“Ese dinero (los fondos) cuando usted lo deposita, por ejemplo, en un bono de alguna empresa del retail, obtiene que le paguen por el dinero depositado unidades de fomento más un 5%. Y luego, cuando esa misma persona que con su dinero ha obtenido que le paguen UF más 5%, se pone el sombrero de consumidor y va a esa empresa del retail, pide un crédito y esa empresa del retail le cobra UF más 30%. Esto es lo que está detrás de la marcha de ayer, ¿se entiende?".

Quienes defienden esta fórmula argumentan que los fondos de pensiones han sido baluartes para generar crecimiento económico en el país y con ello empleo, inversión y reducción de la pobreza. Es decir, dicen los defensores, ha generado beneficios indirectos para el país y de esos frutos han comido cada uno de los chilenos, la “viga maestra” del crecimiento económico, como dijo José Piñera en su acontecido regreso a Chile.

Así lo sostuvieron dos economistas en un estudio del 2003, donde afirmaron que más del 10% del crecimiento económico del país, desde 1981 a esa fecha, había sido aportado por las inversiones de los fondos de pensiones. 
El estudio, por cierto, lo hicieron Klaus Schmdit-Hebbel, histórico cercano y defensor de las AFP y actual director de AFP Habitat, y Vittorio Corbo, ex presidente del Banco Central y director del Banco Santander.

El negocio de los bancos está en endeudarse –captar dinero– y prestar. La diferencia cubre gastos y le deja las ganancias. Parte de las ganancias, además, debe guardarlas, pues ha de tener un respaldo financiero alto para enfrentar posibles incumplimientos de pagos de los créditos por parte de los clientes.

El banco capta dinero de distintas formas. Una de esas es la vía de los bonos ya referida. La otra relevante es la que involucra los llamados depósitos a plazo. Cualquier chileno o chilena, persona natural o empresa, puede prestarle plata a un banco. El banco le paga intereses por ello y toma el dinero y lo invierte –principalmente en dar créditos–.

De acuerdo a los antecedentes obtenidos de informes de la Sbif, a marzo de 2016 la banca local tenía captados – es decir, le había prestado– depósitos plazo por $ 79,89 millones de millones de pesos, lo que significa más de US$ 118.000 millones o el equivalente a más de dos tercios de todos los fondos ahorrados por los trabajadores solo en las AFP.

De esta cifra, un 11,33% ha sido aportado por las AFP y las aseguradoras de vida. Es decir, uno de cada 10 pesos que los bancos reciben por la vía de depósitos a plazo y que luego usan para prestar dinero –vía créditos, tarjetas de crédito, líneas de crédito, etc.– viene de los ahorros de los trabajadores.

Aunque el porcentaje parece pequeño, sobre todo al compararlo con la relevancia en los bonos bancarios, lo cierto es que en términos absolutos –los números puros no en términos relativos–, la inversión en depósitos a plazo es equivalente a casi el 60% del monto invertido por AFP y aseguradoras en bonos bancarios.

Solo en estos dos instrumentos, los bancos manejan más de US$ 36 mil millones, algo así como más de 20 veces el costo que tiene para el Estado subsidiar cada año las pensiones bajas con el Pilar Solidario creado en 2008.

Si parte de eso dejara de fluir a los bancos o si futuras cotizaciones –como planteó el grupo B de la Comisión Bravo y la propuesta que ha modelado el Gobierno– no fueran a ser administradas por las AFP –y, en consecuencia, eventualmente en el tiempo por las aseguradoras–, los bancos no tendrían ese bombeo permanente.
Impulsor de empresas

Pero no solo los bancos tienen este flujo permanente de recursos desde los fondos de pensiones. Las empresas – que a su vez también reciben préstamos de los bancos, los cuales, como vimos, son financiados en forma importante por los mismos ahorros de los trabajadores– tienen asimismo como aliado estratégico a las AFP y aseguradoras. Allí están firmas como los retailers Falabella y Cencosud o las eléctricas Endesa y Enersis, con importantes aportes de los fondos.

Y reciben dos vías de financiamiento relevante para sus inversiones. Por un lado, también emiten bonos en Chile y el extranjero, obteniendo préstamos que les permiten repactar deudas o invertir en proyectos.

Según un informe elaborado por la Superintendencia de Valores y Seguros (SVS) –que regula a estas empresas– y que tiene cifras a diciembre de 2015 (no a marzo de 2016, como es la tónica en los números que presentan en este artículo y, por ende, significa algún grado de imprecisión, aunque no determinante por el corto período que media entre uno y otro), el stock –el acumulado– de deuda vía bonos de empresas públicas y privadas emitidas en Chile sumaba 19,3 millones de millones de pesos, esto es, casi US$ 29 mil millones (US$ 28.555 millones específicamente).

De esa cifra, entre los fondos de pensiones y los fondos que administran las aseguradoras, representan el 92%. Es decir, más de 9 de cada 10 pesos que las empresas han captado en estos dos tipos de bonos en Chile han sido financiados por los ahorros de los trabajadores.

Eso sí, Axel Christensen hace una advertencia: las cifras de deuda aquí señaladas solo incorporan los bonos financiados en Chile y las empresas tienen un porcentaje importante de deuda emitida fuera del país. Esto implica que el elevado porcentaje de participación de AFP y aseguradoras sería más bajo, si se consideran los bonos emitidos fuera de Chile por las compañías.

En cualquier caso, se trata de números determinantes para el financiamiento y desarrollo de las grandes empresas –pocas compañías medianas y casi ninguna pequeña acceden a fondos de las AFP y aseguradoras–, lo que les ha dado un importante poder a los inversionistas institucionales para influir (siempre en minoría) en las decisiones de las compañías, teniendo por cierto directores elegidos por estas firmas, teóricamente defendiendo los intereses de los dueños de los fondos, que son los afiliados al sistema de AFP.

Si dejaran de fluir recursos a estas compañías con algún cambio normativo de relevancia, las empresas tendrían que ampliar sus bases de financiamiento fuera del país o tendrían que elevar sus requerimientos de créditos a bancos locales, que les cobran más caro que los bonos emitidos donde participan las AFP y aseguradoras –por cierto, también participan los bancos–.

Eso es lo que lee el socio de la empresa de tecnología Sonda y dueño, al mismo tiempo, de la AFP Modelo, Andrés Navarro, quien dijo el fin de semana –en una entrevista a La Tercera– que si hubiera cambios radicales al sistema de pensiones “sería un retroceso para el desarrollo del mercado de capitales chileno”.

“El sistema también ha sido muy importante en el desarrollo del mercado de capitales. Los que somos más antiguos, imaginarse un mercado de capitales donde existiera un crédito hipotecario a 20 o 30 años era impensable”, indicó, valorando que gracias a la inversión de los fondos de pensiones se estén entregando créditos hipotecarios.

Según Marco Kremerman, no obstante, el nivel de penetración de los fondos de pensiones en empresas y bancos ha llevado a que la preocupación sea mayor por el mercado de capitales que por las jubilaciones, el objetivo principal del sistema de pensiones.

“El tema central es la magnitud, porque son las grandes empresas donde van los flujos. Las AFP no han invertido en las empresas pequeñas sino en los mismos de siempre y estas empresas grandes pueden acceder a financiamiento privado sin depender de este inversor institucional, cautivo, capitalizando a los grupos económicos. 
Esa manera de hacer negocios, teniendo este capital inicial fácilmente, que involucra costo menores en términos administrativos y transacciones para las compañías, lo que provoca es que esto sea muy grande para dejarlo caer. Por eso, la discusión del mercado de capitales pasa a ser más importante que el debate sobre pensiones”, sostiene.
Las acciones

Pero son las acciones las que representan uno de los elementos que más preocupan al llamado mercado financiero local.

Las empresas se financian de tres maneras.

Al igual que los bancos, emiten deuda, donde, por un lado, las principales fuentes son bonos y efectos de comercio –una figura similar de deuda– y, por otro, están los préstamos de los bancos.

Por otra parte, aumentan su capital –el dinero invertido por los dueños en la empresa a través de la compra de acciones–. Con esta segunda vía, las empresas aumentan su capacidad de endeudamiento en las formas arriba mencionadas.

Este último camino –que también involucra a los bancos, pues, como las empresas, son asimismo emisores de acciones y, en algunos casos, cotizan en la Bolsa de Comercio local– es el que les ha dado un protagonismo relevante a las AFP y las aseguradoras.

Las sociedades anónimas –el caso de las firmas en estudio– tienen un capital (dinero) puesto por los dueños en la empresa. Ese dinero se distribuye en un número total de acciones según el valor que se le otorgue a cada una y de acuerdo al número de acciones o papeles emitidos.

Normalmente las empresas tienen un controlador –que posee más de la mitad de las acciones de la empresa, como Horst Paulmann en Cencosud o la familia Solari en Falabella o los Calderón en Ripley, hasta ahora–. 
El saldo lo adquieren distintos inversionistas, incluidos empresarios con alto patrimonio y extranjeros. Pero uno de los mayores inversionistas en acciones de las empresas, después del controlador, lo constituyen precisamente las AFP y las aseguradoras.

La Superintendencia de Pensiones –que fiscaliza a las AFP– dispone de información detallada por cada empresa donde invierten las Administradoras de Fondos de Pensiones, mientras que la SVS dispone información de cada inversión en acciones que tienen las aseguradoras en las compañías. Al sumarlas se obtiene el monto total invertido.

El jueves de la semana pasada, este medio compartió todas las cifras presentadas en este artículo con la Fundación Sol, la Asociación de AFP (AFP AG) y la Asociación de Aseguradores de Chile (AACh), para que verificaran la metodología y los cálculos realizados. 
Hasta el cierre de ayer, los aseguradores no habían respondido las consultas, mientras que la Asociación de AFP optó por no participar de este artículo, ni hacer comentarios, aunque señalaron que no discutían las cifras. En tanto, uno de los fundadores de Fundación Sol, Marco Kremerman, planteó comentarios acotados, pero también las validó.

Para replicar, en el caso de las acciones, las cifras de participación de AFP y aseguradoras en bonos bancarios, bonos empresas y depósitos a plazos, se requiere determinar el monto total de capitalización del grupo de empresas donde participan las administradoras y las compañías de seguros de vida.

En ausencia de ese monto de manera oficial, se optó por aproximar uno total del valor de las acciones de cada compañía, luego se sumaron dichos montos totales y ese guarismo permitió obtener el porcentaje que tienen AFP y aseguradoras en su propiedad y, en consecuencia, el monto que tienen invertido en esta forma de financiamiento de las compañías.

Este ejercicio generó, como resultado, que el valor de las empresas que figuran en el listado de la Superintendencia de Pensiones totaliza más de 103 millones de millones de pesos, unos US$ 153.000 millones, equivalente a casi el 80% del valor de todos los fondos de pensiones acumulados hasta hoy en las AFP.

De esta cifra, AFP y aseguradoras manejan 8,9 millones de millones de pesos, es decir, unos US$ 13.300 millones, con dólar al 31 de marzo pasado. Este monto representa el 8,69% del total.

Es decir, 1 de cada diez pesos invertidos en acciones de empresas chilenas –incluidos todos los inversionistas del mundo, a diferencia del caso de los bonos– son ahorros hechos por trabajadores afiliados al sistema de pensiones. Sin embargo, las cifras ocultan distorsiones.

Hay empresas donde las AFP tienen un porcentaje pequeño y otras donde tienen alta relevancia. En las eléctricas Gener, Colbún, ECL y Endesa, los porcentajes solo de las AFP varían entre 16% y 23%, mientras que en compañías como los bancos BCI, Santander o la propia Falabella, las AFP solamente tienen entre 4% y 6%.

De esta forma, ambos inversionistas (aseguradoras y las AFP) tienen un rol determinante en el futuro de las empresas, pues quien posee acciones de una compañía se ve obligado a invertir dinero cada vez que la empresa decide –y para ello normalmente le bastan los votos del controlador– realizar un aumento de capital, es decir, emitir nuevas acciones para todos los socios de la empresa, para lo cual cada uno debe “comprar” dichos papeles al precio que fije la firma.

Por ello, es determinante el rol que puedan jugar accionistas como las AFP o aseguradoras en procesos en que las empresas donde tienen invertido dinero en acciones decidan aumentar su capital o, incluso, cuando se fusionan con otras compañías, en cuyo caso se valorizan las compañías a fusionar y eso deriva en el valor de los dineros que deberán invertir los accionistas.

Un ejemplo nítido de aquello fue el disputado aumento de capital que anunció en 2012 el grupo Enersis, controlado por la estatal italiana Enel y que tiene entre sus activos a la mayor generadora eléctrica de Chile, Endesa.

En dicha oportunidad, la compañía anunció una reorganización del grupo con una definición calificada como autoritaria por las AFP, que cuestionaron el monto que les iba a significar invertir. Después de una larga disputa, finalmente el controlador de Enersis aceptó modificar los términos de la fusión –y, por tanto, del aumento de capital–, rebajando en US$ 2.000 millones el monto que debían aportar los accionistas, entre ellos, las AFP.

Según el análisis realizado por Guillermo Araya, gerente de estudios de la corredora Renta 4, si se obligara a una liquidación de activos gestionados por los fondos de pensiones, habría un impacto significativo en el sistema bursátil chileno, en particular en el valor de las acciones, por el peso que tienen en ellas las AFP.

Como explica en una columna de opinión publicada en este medio, al salir casi US$ 16 mil millones a ser liquidados al mercado, se generaría una presión vendedora, no solo en acciones sino también en instrumentos de renta fija –bonos, depósitos a plazo, etc.–.

Aun así, al igual que Christensen, ve poco probable este escenario. “Que desaparezca o se elimine el sistema de AFP no necesariamente debería implicar que se salga a liquidar las inversiones de los fondos previsionales, sino que simplemente cambia quien administra esos recursos. 
Pues podría pasar la administración de esos recursos al Estado de Chile y este no debería salir a vender estos activos, pues debe generar rentabilidad para sostener las pensiones. En ese caso, no habría impacto en el mercado bursátil, más allá de la incertidumbre y de desconocer cómo va a ser la forma en que el Estado va a administrar los recursos de los cotizantes”, explica Araya.

miércoles, 10 de agosto de 2016

El día que Joseph Stiglitz definió al sistema de AFP como un "fracaso"

 Por Jimena Catrón Silo 
Hace poco más de un año, el 16 de junio para ser más exactos, el premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, participó -vía videoconferencia-, en un seminario en nuestro país organizado por la comisión Bravo. 
Y decidió escoger esa ocasión para referirse al sistema de pensiones chileno, creado por el economista y ex ministro del régimen militar, José Piñera. 
Y no tuvo reparos en manifestar que la crisis económica de 2008 demostró que era un fracaso. "La crisis fue un cataclismo, del cual aprendimos mucho sobre el manejo de riesgo y los mercados financieros. 
Sin embargo, incluso antes de la crisis, el rol de los fondos de pensiones privados estaba sobrevalorado", señaló el economista, quien agregó que los países que habían fundado su sistema en el modelo de tres pilares (solidario, contributivo obligatorio y voluntario) debían pensar, seriamente, en reformularlo, hecho que la misma crisis, a su juicio, se había encargado de confirmar. 
"Chile debiese estar sumamente preocupado por tener un sistema de pensiones privado, ya que es uno de los países más desiguales de la OCDE y ese modelo genera mayor desigualdad", planteó el economista estadounidense, agregando que Chile debiera tomar un camino que lo aleje "del segundo pilar del sistema privado". 
En ese sentido, Stiglitz recomendó reforzar el Pilar Solidario, el cual "es necesario para evitar pobreza en la vejez y asegurar un nivel mínimo de seguridad. Se debería crear un segundo pilar público, que debe tener un componente de redistribución importante y debe haber un elemento de suavidad intergeneracional que evite la relativa pobreza en la vejez", sostuvo, puntualizando que podría tener el carácter de voluntario. 
"La situación actual no es adecuada, ni en Chile ni en el mundo", aseguró, destacando que hay sistemas alternativos que han sido exitosos. Stiglitz ejemplificó que en el mundo hay 23 países que privatizaron sus sistemas de 1/3 pensiones, pero siete de ellos ya revirtieron su decisión y muchos lo están reconsiderando. 
"Esto me lleva a mi recomendación de políticas: lo que necesitan (en Chile) es un primer pilar más fuerte. Es más necesario para evitar pobreza en la vejez y asegurar un nivel mínimo de seguridad. Se debería crear un segundo pilar público, que debe tener un componente de redistribución importante y debe haber un elemento de suavidad intergeneracional que evite la relativa pobreza en la vejez", sostuvo. 
"Estos sistemas de pensión públicos tienen bajos costos de transacción y muy buen servicio al cliente", dijo en relación a experiencias como la de los Países Bajos y Noruega. 
Además, el economista también presentó el caso de Canadá, donde crearon un fondo gubernamental que tiene independencia, altos retornos, baja volatilidad y costos de transacción e incluso es inmune a la influencia política. 
"Esto es posible lograrlo", indicó. 
Su paper y los mitos En 1999, Stiglitz presentó frente a un foro del Banco Mundial, el paper "Repensando la forma a las pensiones: diez mitos sobre los sistemas de seguridad social", en el que trabajó junto al banquero, economista y vicepresidente de Lazard, Peter R. Orszag. 
En éste, ambos académicos señalaron que muchos de los mitos que existirían actualmente se originan en el hecho de que no se distinguen cuatro aspectos básicos de un sistema de pensión. 
En particular, la mayoría de las discusiones de los sistemas de cuentas individuales confundirían la privatización, el pre-fondeo (acumulación de activos contra futuro pagos de pensiones), la diversificación y la diferencia entre beneficio esperado versus aporte entregado. 
"Cualquier combinación de estos cuatro elementos es posible. De hecho, en la práctica, todos estos elementos contienen espectros de opciones - por lo que es particularmente importante examinar los detalles específicos de las instituciones. Un modelo idealizado posiblemente nunca va a poder ser realizado, ya que y las opciones se caracterizan inevitablemente por grados de gris en lugar de ser negro o blanco. Por ejemplo, un sistema público es el que se organiza y se administra principalmente por el Gobierno; un sistema privado es el que se organiza y se administra principalmente fuera del gobierno.
Sin embargo, un sistema público puede integrar algunas empresas privadas, como por ejemplo que sean integrados como administradores de capital para un fondo de "confianza pública". Del mismo modo, un sistema privado probablemente implica algún papel público, al menos en la aplicación de su leyes y normas", señala el estudio. 
2/3 Respecto de la diferencia entre el beneficio esperado y los aportes entregados, el documento consigna que esa relación no es tan pura como puede creerse inicialmente. "De hecho, un plan de beneficios definido podría ser pensado como un plan de contribución establecida que se coordina con una combinación adecuada de opciones para eliminar el riesgo residual para el trabajador.Los híbridos entre prestaciones definidas y planes de aportaciones definidas no sólo son posibles en teoría, sino que existen en la realidad". 
Ya en la conclusión, Stiglitz señala que los sistemas públicos de pensiones con financiación insuficiente representan una amenaza potencial para la solidez fiscal, y en general, para la estabilidad económica de muchos países en desarrollo. Un movimiento hacia las pensiones de aportación definida de gestión privada puede ser o no tener un efecto adverso sobre el ahorro, el bienestar, la oferta de trabajo, o el balance fiscal. 
Hemos identificado una serie de factores que afectan el resultado en cualquier país, independiente que sea desarrollado o no; por otra parte, la presencia de una mayor volatilidad y la ausencia de distintos tipos de mercados financieros hace que sea necesario contar con seguros que garanticen los beneficios definidos.
"El debate sobre la reforma de las pensiones se beneficiaría sustancialmente de una mirada más amplia del segundo pilar, que debería incorporar un diseño adecuado de los planes de beneficios. Un segundo pilar de gestión privada no siempre es lo óptimo", dice el documento, el cual consigna la importancia de que el mundo político logre tener una mirada a largo plazo, para no tomar medidas con efecto acotado. 
"Es necesaria una perspectiva más amplia, la cual permitiría a los políticos sopesar adecuadamente todas las ventajas y desventajas que enfrentan, incluyendo las del sistema privado, frente a los sistemas públicos", dice

lunes, 8 de agosto de 2016

Pensiones III: Reparto para la 4° edad

En las columnas anteriores llegamos a dos conclusiones fundamentales. 
Primero, que no obstante que hay algunas pensiones de buen nivel, la mayoría no lo son, en particular cuando se miden respecto de los ingresos laborales previos al retiro. Es un problema de nivel y dispersión de tasas de reemplazo lo que debe guiar la discusión de cuánto nos falta en términos de montos de pensión. 
Segundo, que para enfrentar adecuadamente los desafíos del futuro (menor natalidad y mayor longevidad, bajo retorno de instrumentos financieros, riesgos macroeconómicos y de desempleo), ningún mecanismo por sí solo (capitalización o reparto tradicional) ofrece una respuesta adecuada.
El problema del nivel de las pensiones se agravará en los próximos años porque comenzarán a retirarse las personas que iniciaron su vida laboral durante los años 1970 y 80, en los que el desempleo fue alto, precario y duraba mucho. 
Estas personas: a) tuvieron lagunas muy grandes en el inicio de su vida laboral, lo que tiene un costo enorme en términos de ahorro al final de la vida activa; y b) gozaron de incrementos salariales significativos que fijan hoy un estándar de vida elevado para muchas personas. 
En efecto, si el salario promedio de los cotizantes hoy es $698.000, en 1990 era $340.000. Por su parte, el salario mínimo entre esas fechas pasó, en moneda del mismo período, de $106.000 en 1990 a $241.000 en 2015.
Estos salarios de referencia fijan un alto estándar para evaluar la pertinencia o no de las pensiones actuales. Pero eso no es problema de las personas, es problema del sistema. Como vimos en la primera columna el objetivo de un sistema de pensiones es proveer medios financieros para sostener el nivel de vida individual al momento del retiro. Esto no se está logrando satisfactoriamente hoy. Veamos qué se puede hacer.
En las columnas anteriores llegamos a dos conclusiones fundamentales. 
Primero, que no obstante que hay algunas pensiones de buen nivel, la mayoría no lo son, en particular cuando se miden respecto de los ingresos laborales previos al retiro. Es un problema de nivel y dispersión de tasas de reemplazo lo que debe guiar la discusión de cuánto nos falta en términos de montos de pensión. 
Segundo, que para enfrentar adecuadamente los desafíos del futuro (menor natalidad y mayor longevidad, bajo retorno de instrumentos financieros, riesgos macroeconómicos y de desempleo), ningún mecanismo por sí solo (capitalización o reparto tradicional) ofrece una respuesta adecuada.
Hay varias otras medidas necesarias de implementar –resumidas en las que levantó la opción A de la comisión Bravo–. En el contexto del debate actual hay que aprovechar la atención que se ha generado para plantear los temas difíciles de tratar políticamente. Esto sería tema para otra columna.
Concentrémonos en alternativas de ordenamiento del sistema de pensiones.
El modelo de ahorro forzado y capitalización individual no sirve por sí solo
Ayer vimos que hay una lógica razonable para justificar que las pensiones se financien en parte con el ahorro personal acumulado durante la vida activa. Dicho ahorro llega a muy altos niveles y surge la pregunta de quién debe gestionarlo. Es tal su impacto sistémico que no es recomendable que lo haga el Estado. 
¿Cómo? ¿Cuántas instituciones? 
Es una discusión interesante pero, desde la perspectiva de este artículo, secundario y podríamos tratarlo en otra oportunidad. El problema urgente hoy es el de cómo subir las pensiones.
El sistema de ahorro no puede por sí solo subir las pensiones en plazos breves. Los ahorros son los que son y las rentabilidades también. 
Las pensiones financiadas con ahorro puede que mejoren en el tiempo en la medida que siga mejorando la institucionalidad laboral, haya menos rotación, informalidad y se haga cotizar a los independientes. Sin embargo, esas medidas surtirán efecto en el largo plazo, por lo que son adecuadas pensando en la próxima generación.
El modelo de reparto tradicional es difícilmente viable por la demografía chilena
Un sistema de reparto funciona cuando muchos trabajadores activos financian a pocos retirados. La tasa de dependencia se define como cuántas personas sobre 65 años hay como proporción de la población económicamente activa. 
Un modelo de reparto requiere una baja tasa de dependencia. Según la División de Población de Naciones Unidas, esta tasa de dependencia hoy en Chile es un 18,4% y llegará en 2052 a 50,2%.
Es decir, un sistema de reparto puro en los próximos 30 años pasaría de contar con 5 trabajadores activos para financiar a un jubilado a contar con 2 activos por jubilado. 
En la medida que las pensiones crezcan lo mismo que los salarios, el impuesto necesario para financiarlas con tasa de dependencia alta es 1,5 veces o 150% de la tasa actual. Si se quisiera que las pensiones crecieran más que los salarios –lo que en un sistema de reparto tiene un componente de decisión política–, el impuesto debiera ser aun más alto.
Si tal impuesto no pudiera implementarse, mientras la demanda por mayores pensiones exista, habrá presión para que la diferencia la ponga el Estado. 
Así, un sistema de reparto imprime una gran presión sobre las finanzas públicas. Esto es así en el caso de un sistema único como la opción C de la comisión Bravo, en cuyo caso esa presión es muy fuerte. 
En el caso de un sistema mixto con un sistema de reparto estándar, como lo propone la opción B de la misma comisión, la presión fiscal existe aunque un nivel menor, pero no está dimensionado cuánto.
Una alternativa de sistema mixto: un sistema de reparto para la 4ª edad
En la segunda columna decíamos que al inicio de la vida pasiva la pensión debía financiarse con ahorro, pero a medida que la persona envejece y la probabilidad de sobrevivencia disminuye, se hace crecientemente razonable financiar esa pensión con seguro, o sea, con reparto.
La alternativa propuesta consiste en considerar una nueva categoría demográfica que denominamos la 4ª edad. 
¿Cuándo comienza?
 En términos de la lógica que hemos explicado, esa edad comienza cuando la probabilidad de sobrevivencia ha caído lo suficiente. Una definición simple de este límite es “la expectativa de vida al retiro”.
A las respectivas edades de jubilación, las tablas de mortalidad antiguas contemplaban una expectativa de vida hasta los 84 años en el caso de los hombres y hasta los 89 en el caso de las mujeres. Esas serían las respectivas “puertas de entrada” desde la 3ª a la 4ª edad.
Las pensiones serían entonces financiadas con ahorro hasta esas edades, no como hoy hasta el final de la vida. La forma en que esto se haría es que, con ese ahorro, las personas comprarían la versión acotada de una renta vitalicia que ahora tendría una duración fija. No analizamos aquí el caso de los retiros programados.
Esto libera a las compañías de seguro de pagar pensiones más allá de la expectativa de vida al retiro. Como ahora con el mismo ahorro solo sería necesario financiar 19 o 29 años, según sea el caso, las pensiones subirían en promedio un 20% para todos los nuevos pensionados.
¿Qué pasaría con los trabajadores ya jubilados? 
Para ellos sería necesario recalcular sus pensiones con la liberación de recursos (reservas técnicas), producto de que desaparece esa obligación de las compañías de seguro. La forma precisa de hacer esto es complicada, pero se puede hacer. 
¿Cuánto podrían subir las pensiones de estos jubilados? 
En principio, lo mismo que las anteriores, un 20% en promedio.
El financiamiento del sistema de reparto para la 4ª edad sería un impuesto al trabajo. Las estimaciones que hemos hecho con mis colegas Simón Ballesteros y Sebastián García es que sería del orden del 2%. Es decir, a la cotización actual de 10% para ahorro y 1% para el seguro de invalidez y sobrevivencia se agregaría un 2% para el pilar de reparto.
Si dicho 2% de cotización adicional se agregara a la cuenta de capitalización individual, se lograría un incremento de pensión muy parecida, pero en 40 años más. La gracia del sistema propuesto es que esta ganancia en el monto de pensiones se realiza inmediatamente.
Este cotización de 2% está calculada para mantener la solvencia, bajo supuestos conservadores de crecimiento económico por 50 años al menos. La clave es esta: la puerta de entrada al sistema no está fija –no es una edad– sino que es un concepto: la expectativa de vida al momento del retiro.
Si se hace esta redefinición de la puerta de entrada a la 4ª edad, nuestras proyecciones señalan que la tasa de dependencia relevante pasa de aproximadamente 5% hoy a un 10% en 2050.
Hay muchos otros temas que podríamos analizar, pero quisiera resaltar dos.
Primero, como en todo sistema de reparto, hay una transferencia a la primera generación. Es decir, quienes se beneficiarían en el muy corto plazo no habrían contribuido a financiar a nadie. 
Después de ellos, los trabajadores activos habrán contribuido a financiar pensiones de la generación anterior y ellos mismos recibirán transferencias de la generación que sigue. 
La pregunta obvia es: ¿por qué esta generación merece recibir tal transferencia?
La respuesta es la siguiente: porque las personas que ya han jubilado y los que están por jubilar en los próximos 10 años –digamos que eso constituye una generación– sufrió las consecuencias de la transformación económica de Chile. En particular, esta es la generación que enfrentó la apertura comercial de Chile que era muy necesaria, como lo habían señalado tantos autores en los años 1950 y 60 y como lo intentó hacer Eduardo Frei Montalva a comienzos de su mandato. Pero fue muy traumática.
Ya lo hemos dicho: el desempleo fue altísimo, el subempleo peor y la duración del desempleo muy extendido. Si estuvieron desempleados fue producto de un shock de primer orden de magnitud que decidieron las autoridades de la época. En lo fundamental, a estas personas no se las puede acusar de no haber hecho esfuerzos por encontrar trabajo, porque no había.
Por el contrario, la evidencia indica que la apertura comercial es probablemente la principal variable que explica el crecimiento de la economía de los años noventa en adelante. 
Así, la generación actual, que sería la primera en pagar este impuesto para financiar el nuevo pilar de reparto, es precisamente la que se benefició primero de este proceso de alto crecimiento en Chile. Si hay una generación en la historia de Chile que amerita una transferencia es la de los actuales pensionados. Si hay una generación que debe pagar un impuesto para financiar esa transferencia, son los empleadores actuales de los trabajadores activos.
Segundo, Chile ha ganado capacidad de enfrentar grandes shocks macroeconómicos, como fue la crisis financiera de 1982. Sin embargo, seguimos siendo una economía vulnerable, puesto que dependemos fundamentalmente de un solo producto de exportación: el cobre. Eso condiciona la solvencia del Estado y el acceso a financiamiento externo. Una caída en el precio del cobre genera problemas serios en Chile, como lo hemos visto en los últimos años.
Pero en el horizonte de 50 años con que uno diseña un sistema de pensiones, no podemos no analizar eventos catastróficos que, en ese horizonte, sí pueden ocurrir: ¿que pasaría si en lugar de una caída de precios ocurre un evento catastrófico para Chile –un “Black swan”–, como la aparición de un sustituto del cobre? 
Señalo esto porque la adopción de un sistema de reparto como el señalado permite diversificar en alguna medida, imperfecta hay que reconocerlo, ese tipo de riesgo entre generaciones. Es un tema nuevo, pero que con un horizonte de esa magnitud corresponde pensar.
En resumen, este sistema de reparto para la 4ª edad que hemos propuesto necesita mucho trabajo todavía para especificar detalles y corregir aspectos (por ejemplo, algunos temas relacionados con género y otros temas distributivos), pero su lógica parece ser adecuada para enfrentar los desafíos previsionales actuales y futuros.
Guillermo Larraín
Ex Superintendente de AFP, de Valores y Seguros, y ex Presidente del BancoEstado.
Académico de la Universidad de Chile y consultor internacional en pensiones. 

domingo, 7 de agosto de 2016

Pensiones II: ¿capitalización, reparto o ambos?



"Los desafíos que enfrentan los sistemas de pensiones son tales, que el mejor sistema (o el menos malo, si se quiere) es uno que mezcle lógicas distintas. Si hay un shock macroeconómico y estoy desempleado de joven, un sistema de reparto permite cofinanciar mi pensión de viejo con aportes de los futuros jóvenes. Si la longevidad se extiende, el ahorro acumulado está mejor protegido porque permite pagar una cantidad fija de años".
Pocos debates generan tanta pasión como el de pensiones. Quiero mencionar tres razones para ello, de entre muchas otras. Primero, el Estado de bienestar fue el caballo de batalla de la socialdemocracia que se batía entre el capitalismo salvaje y el comunismo.
Uno de los intelectuales más influyentes de la socialdemocracia, T.S Marshall, planteó enCiudadanía y clase social que los derechos sociales, de los cuales los previsionales son uno, es la continuación de una evolución que comenzó con los derechos civiles en el siglo XVIII y los derechos políticos en el siglo XIX. 
Por su parte, la principal obra de Hayek, padre del neoliberalismo, llamada Camino de servidumbre, planteaba que ese Estado de bienestar era el inicio de un proceso que llevaba finalmente a la domesticación del individuo y, en La Constitución de la Libertad,que “una persona que está dispuesta a entregar parte de su libertad por un poco de seguridad no merece ni la libertad ni la seguridad”.
Segundo, desde la creación del sistema de reparto por Bismarck, en 1889, los sistemas de pensiones se organizaron en torno a tres ideas: reparto, administración estatal y beneficios definidos. El antiguo sistema chileno tenía fundamentalmente esas mismas características. Sin embargo a lo largo del siglo XX muchos países adaptaron sus modelos abandonando como máximo dos de las tres ideas fundadoras del esquema bismarckiano. 
Por ejemplo, en Inglaterra y Holanda aparecieron fondos de pensiones asociados a empresas y de beneficio definido. En Francia en la administración del sistema se le dio un rol primordial a los sindicatos y gremios. 
Finalmente, en Singapur se creó en 1950 un sistema de capitalización individual y contribución definida pero de gestión estatal. La reforma chilena de 1980 fue la primera que desechó los tres componentes del modelo bismarckiano.
Tercero, el origen dictatorial de la reforma genera rechazo a unos y nostalgia a otros. No solo eso, la arrogancia de los creadores del sistema y las promesas excesivas, triunfalistas, basadas en estimaciones teóricas sin base en la realidad, son también un motivo de encendidas pasiones.
O sea, estamos hablando de un tema donde las sensibilidades son altas y hay que cuidar las formas y ser precisos. La discusión sobre el diseño del sistema de pensiones debe considerar estos elementos políticos y sociológicos, pero en mi opinión ellos deben hacerse sobre la base de elementos técnicos en el ámbito de lo previsional, laboral, fiscal y microfinanciero que permitan tomar decisiones políticas responsables.
Vamos entonces por el árido mundo de los conceptos técnicos.
Dos conceptos clave: seguro y ahorro
Imagine que Ud. tiene un objetivo cualquiera –comprar un televisor, una casa o hacer un viaje– y se pregunta cómo financiarlo. La respuesta intuitiva es que Ud. deberá ahorrar. ¿Por qué mejor no compra un seguro para financiar el televisor en un momento dado? Ud. podría pagar una prima por algunos meses y ejercerla al momento deseado.
La respuesta es simple: nadie se lo va a vender porque la compra de ese televisor, casa o viaje es un evento cierto. Nadie tampoco estará disponible a contribuir comprando una póliza si es seguro que Ud ejercerá el derecho de compra. Para funcionar los seguros requieren que haya un riesgo involucrado. 
Por ejemplo, Ud. puede comprar un seguro contra accidentes porque el accidente es algo que puede ocurrir como puede no ocurrir. En un seguro muchos adquieren el derecho a recibir una compensación si algo ocurre –un accidente en ese ejemplo–, lo que se financia con los aportes de todos los que compren una prima y no les ocurre el evento. Para que un seguro sea viable debe haber muchos contribuyentes ciertos que financian a pocos beneficiarios inciertos. Sin estas características, un esquema de seguro no es viable.
El sistema de reparto es conceptualmente un seguro (social)
El sistema de reparto funciona como un seguro. 
Cuando fue creado en 1889 en la Alemania de Bismarck, se fijó arbitrariamente la edad de jubilación a los 70 años cuando la expectativa de vida era 45. 
Ese sistema era financieramente sostenible porque muchos trabajadores activos financiaban a muy pocos retirados a los 70 años. 
Además de eso, el punto es que a dicha edad la sobrevivencia de esas personas en un determinado período era incierta. Con los parámetros de Bismarck, el sistema de reparto podía funcionar porque la edad legal de jubilación estaba cerca de la expectativa de vida.
Lo que ocurrió en todo el mundo, desde aquel lejano 1889, es que estas dos variables se movieron en sentidos opuestos. La edad legal de jubilación se redujo en Alemania en 1916 a 65 años y muchos países en el mundo adoptaron esa edad como referencia para la jubilación. 
Simultáneamente, las mejoras en la sanidad de las aguas, la alimentación y la medicina fueron gradualmente incrementando las expectativas de vida.
La primera estimación de expectativa de vida que conozco fue hecha en Suecia en 1840 y alcanzaba a 46 años. Desde entonces, todas las estimaciones de expectativa de vida realizadas a través del mundo no hacen sino subir. 
Dicho incremento en la longevidad ha tratado de ser estimado por Naciones Unidas en tres oportunidades (1986-1999-2001), siempre con la idea de que se producirá en algún momento alguna convergencia y nada de eso ocurre.
 Chile ha seguido el mismo patrón y de hecho la expectativa de vida de Chile es igual o superior a la de varios países desarrollados, por ejemplo, Estados Unidos. La mujer chilena es particularmente longeva, casi al nivel de las japonesas.
De esta manera en todos los países del mundo, incluido Chile, la edad legal de jubilación ha cambiado poco o nada, mientras que las expectativas de vida se han incrementado fuertemente.
Podemos volver ahora a la discusión de ahorro versus seguro. En Chile al año siguiente del retiro la probabilidad de sobrevivir es más del 99%. 
Es casi cierto que una mujer que llega a los 60 años, llegará a los 61. Hagamos el paralelo con aquello que uno quisiera comprar –una casa, digamos: es tan cierto que la persona vivirá ese año adicional como probable es que compre la casa–. Un evento cierto podría financiarse con seguro pero a precios desorbitantes que lo hacen inviable.
Esto se ve agravado por la discusión que vimos en la columna de ayer sobre demografía: la mayor longevidad y la caída en la tasa de natalidad (un 29% de caída en tasa de fecundidad entre 1990 y 2011) hacen que haya cada vez menos trabajadores activos y más trabajadores pasivos. 
Además a estos hay que financiarles una sobrevida que inicialmente tendrá lugar con mucha certeza. Así, para financiar un sistema de este tipo se necesitarían tasas de cotización muy superiores a las actuales. 
A pesar que no hay estudios actuariales que estimen una tasa de cotización constante en un horizonte de 50 años –lo que es razonable en el contexto de la discusión previsional–, la tasa de impuesto fija necesaria para financiar pensiones al doble del nivel actual debe ser del orden de 30%, es decir, unas 3,0 veces el monto del actual impuesto en Chile. Esto es inviable.
¿Quiere decir esto que hay que mantener el sistema de capitalización sin más?
No. La capitalización por sí sola tampoco logra resolver el problema que enfrentamos, el demográfico.
De ahorro/capitalización a seguro/reparto
En efecto, por más que se incremente la longevidad, en algún momento los seres humanos fallecemos. Eso no ha cambiado. Antes de fallecer, sin embargo, la probabilidad de que ocurra el deceso va en aumento. 
Siguiendo la misma lógica anterior, si justo después del retiro el financiamiento de una pensión debe hacerse con ahorro, a medida que pasa el tiempo y la probabilidad de sobrevida decae, tiene lógica que las pensiones se financien con seguro. En algún momento durante la vida pasiva la pensión inicialmente financiada con ahorro debe ser financiada con un seguro. En algún momento durante la vida pasiva se debe transitar de un sistema de ahorro y capitalización a uno de seguro y reparto.
La demografía afecta al sistema de reparto y al de capitalización
Algunas personas señalan estos problemas del sistema de reparto para descalificarlo –tal como lo acabo de hacer–, pero sugiriendo que los problemas demográficos no afectan a un sistema de capitalización. Eso es un error.
Lo que pasa es que la variable de ajuste de uno y otro difieren. En el sistema de reparto, la variable de ajuste es el presupuesto estatal en la medida que no se puedan reducir beneficios o incrementar los ingresos. 
En el sistema de capitalización es el nivel de las pensiones y, si hubiera un financiamiento estatal de base como en Chile con el Pilar Solidario, el presupuesto de la nación.
Conclusión: el mejor sistema debe integrar ahorro y seguro
Los desafíos que enfrentan los sistemas de pensiones son tales, que el mejor sistema (o el menos malo, si se quiere) es uno que mezcle lógicas distintas. 
Si hay un shock macroeconómico y estoy desempleado de joven, un sistema de reparto permite cofinanciar mi pensión de viejo con aportes de los futuros jóvenes. Si la longevidad se extiende, el ahorro acumulado está mejor protegido porque permite pagar una cantidad fija de años.
Antes de ver en la columna de mañana alternativas de organización del sistema previsional, incluyendo una propuesta concreta de integración de lógicas dentro de un sistema previsional reformado, es útil hacer dos reflexiones.
Primero, la integración de la lógica de ahorro y seguro no quita relevancia alguna al rol del Pilar Solidario. Este es fundamental y es necesario incrementarlo. Un concepto que no hemos discutido en este artículo es el de “beneficio definido”. 
En los sistemas previsionales tradicionales el beneficio que obtenían los jubilados estaba definido ex ante como proporción del salario. Esa definición del beneficio siendo de naturaleza política hace que su ajuste frente a circunstancias económicas cambiantes en horizontes de tiempo muy largos sea imposible de cumplir. La gran mayoría de los sistemas de reparto del mundo están avanzando en la manera de flexibilizar los beneficios que entregan. 
En el extremo estaba el sistema chileno de “contribución definida” que, sin Pilar Solidario, no garantizaba nada. Eso cambió con la reforma de 2008. Fortalecer el Pilar Solidario es necesario para dar más garantías de ingresos a un grupo de la población que, una vez llegado el momento de jubilar, tendrán cada vez menos capacidad de generar autónomamente recursos para vivir una vida digna.
Segundo, el que estemos defendiendo aquí la idea de que la primera fase del retiro debe ser financiado con ahorro, no significa que ese ahorro deba ser gestionado por las AFP como las conocemos.
Esa discusión requiere debatir dos cosas. Por un lado, si la previsión es considerada un derecho social –en el sentido obvio de que es un tema de suficiente entidad como para ser del interés público– es necesario discutir en qué condiciones puede ese servicio ser prestado por el sector privado. 
En el caso de la educación, ese debate llevó a pensar que las entidades educacionales sean sin fin de lucro y no puedan seleccionar.
¿Es lo mismo para previsión? 
No es lo mismo. Por otro lado, aun cuando pudieran existir entidades con fin de lucro que presten servicios previsionales, es necesario discutir cuáles y en qué condiciones. No es lo mismo gestionar ahorro financiero que prestar asesoría previsional. Este es un debate muy de fondo sobre el cual será necesario hacer un debate separado.
Guillermo Larraín
Ex Superintendente de AFP, de Valores y Seguros, y ex Presidente del BancoEstado.
Académico de la Universidad de Chile y consultor internacional en pensiones. 



Pensiones: fin al diálogo de sordos


"Es claro que las pensiones son bajas y que las causas de ello son múltiples. El sistema chileno de pensiones tiene un componente muy fuerte de capitalización individual y un colchón provisto por el pilar solidario que es importante pero cuyo nivel y cobertura son menores que lo deseable. La mejor manera de enfrentar un tema tan complejo como el del sistema de pensiones en sociedades que están envejeciendo rápidamente, más allá del financiamiento estatal al pilar solidario, es mezclar la racionalidad del ahorro y del seguro para financiar pensiones".
Las pensiones en Chile son bajas y un objetivo de la política pública debe ser subirlas. Este debe ser el norte de nuestro debate. Debemos acomodar nuestras legítimas opciones ideológicas a la viabilidad de mejorar la situación previsional de nuestros conciudadanos.
Como el tema es complicado y hay mucha confusión en el debate, este artículo es el primero de tres que espero ayuden a clarificar cosas. 
En este discutimos ¿en qué sentido son bajas las pensiones, cuán bajas son y cuánto debieran subir?
En los próximos dos días discutiremos sobre la conveniencia deque el sistema de pensiones esté organizado como capitalización o reparto y finalmente una discusión de alternativas de reforma enfatizando una que, incomprensiblemente, la Comisión Bravo conoció pero no discutió.
Esa propuesta faltante mezclaba virtuosamente dos lógicas distintas: la del ahorro y la del seguro. Las recomendaciones finales de la Comisión Bravo no la incorporaron, lo que ha implicado polarizar el debate entre capitalización y reparto, como si alguno de ellos por sí solo pudiera enfrentar exitosamente los desafíos del cambio demográfico y los vaivenes macroeconómicos.
El objetivo de un sistema de pensiones
El objetivo principal de cualquier sistema de pensiones es proveer recursos financieros para que la calidad de vida de la persona sufra las mínimas alteraciones posibles cuando se jubila. La forma de medir esto es a través de la “tasa de reemplazo”, es decir, el monto de la pensión como proporción de alguna definición del nivel de ingreso de la persona durante su vida laboral.
El estándar internacional es que la pensión debe rondar el 70% del salario de los últimos años. 
¿Cuántos años? 
No del último, como en el caso de Gendarmería, sino algún promedio. En varios países es en torno a los 10 años. En el sistema antiguo en Chile variaba entre 3 y 5 años.
El sistema de pensiones en Chile – del cual el sistema AFP es solo una parte – no promete una tasa de reemplazo. Los afiliados al sistema sabemos cuanto contribuimos, pero no cuánto vamos a sacar. Por lo tanto, las estimaciones de tasa de reemplazo en Chile dependen de cómo uno las defina.
La Superintendencia de Pensiones provee información para hacer una estimación. La pensión de vejez promedio incluyendo el Aporte Previsional Solidario es de $139.535 mensuales para retiros programados y $305.612 para rentas vitalicias. Respecto del salario medio de los trabajadores, $698.762, la tasa de reemplazo está entre un 20% y 42%. 
Pero ese no era el salario de los jubilados actuales. Si corregimos por la edad promedio de los contribuyentes (son jóvenes respecto de la edad de jubilación) y por el patrón típico de salarios a lo largo de la vida (los salarios alcanzan su máximo en torno a los 50 años) llegamos a que la tasa de reemplazo promedio varía entre 44% y 63% del salario de los 3 años previos al retiro.
Pero detrás de esos promedios se esconde una excesiva variabilidad.
Primero, un trabajador promedio en términos de ingreso puede tener tasas de reemplazo muy diferentes. En las estimaciones que hicimos en 2006 y que fueron presentadas ante la Comisión Marcel, un trabajador de ingreso promedio podía tener tasas de reemplazo entre 20% y 100% del ingreso de los 5 años previo al retiro.
Segundo, siempre con mucha dispersión, tanto los muy pobres como los muy ricos tienen tasas de reemplazo inferiores en promedio a la del trabajador representativo. Los muy pobres porque hay mas informalidad y menor frecuencia de cotizaciones. 
Los muy ricos porque hay un tope imponible que hace que la cotización obligatoria sea por un monto inferior a su ingreso real. 
O sea, la tasa de reemplazo media en Chile tiene una forma de U invertida cuando se la dibuja respecto del ingreso de los trabajadores.
La reforma de 2008 ha reducido algo la dispersión de tasas de reemplazo para los trabajadores de menores ingresos, pero siguen siendo bajas.
Entonces clarifiquemos el objetivo: las pensiones deben subir porque la tasa de reemplazo es insuficiente. Esto implica tanto que la pensión promedio debe subir como que es necesario reducir la distancia entre la tasa de reemplazo mínima y máxima de la actual dispersión de 5:1 a algo como 3:1.
Estas tres columnas pretenden dar una pista de qué hacer para avanzar en esta dirección sujeto a una condición: cualquier propuesta debe ser sustentable financieramente. Chile no merece improvisación en el diseño de políticas públicas. El tema previsional es importante socialmente y económicamente.
¿Por qué solo 8 años después de la reforma, resurge lo previsional?
La reforma de 2008 fue importante pero no resolvió varios temas. En lo político, no se agotó el debate que ahora propiciamos de mezclar lógicas para enfrentar riesgos de naturaleza diversa. 
Eso quedará claro en la tercera columna. En lo técnico, el gobierno decidió no subir la tasa de cotización (que es la mitad de la de la OCDE, 10% vs 19,6%) ni la edad legal de jubilación (de las más bajas de la OCDE).
Veamos ahora aspectos más económico-financieros.
Razón 1: reducción del rendimiento del capital
La reforma de 2008 se aprobó en medio de la mayor crisis financiera internacional desde la gran depresión. La consecuencia, desde la perspectiva que nos interesa, fue una importante caída en el rendimiento del capital. 
Mientras en Chile las tasas en UF a 10 años eran del orden del 3% en 2008, hoy están exactamente en 1,5%. Por su parte, las tasas de interés en varios países desarrollados son negativas.
Las rentas vitalicias son un compromiso por parte de una compañía de seguros de pagar al pensionado un monto fijo de por vida gestionando el ahorro previsional acumulado previamente. Cuando las tasas de interés bajan, dicho monto garantizado ofrecido por estas compañías se reduce.
Esta situación ha afectado las pensiones otorgadas, lo que ha agudizado el problema antiguo de bajas tasas de reemplazo.
Razón 2: Mercado del trabajo
La crisis de 2008 también tuvo un impacto en el desempleo. Si en junio de 2007 la tasa de desocupación nacional era de un 6,7%, dos años después alcanzó un máximo de 10,7%. 
La reconstrucción posterremoto y el favorable ciclo económico externo que duró hasta 2012 hizo que se recuperara rápidamente el empleo, de manera que ya para junio de 2012 el desempleo había vuelto a 6,6%.
Como en todos los momentos de crisis económica, cuando el desempleo sube hay al menos cinco patrones que se repiten. Uno, a los jóvenes les cuesta más encontrar trabajo. 
Dos, aumenta el trabajo por cuenta propia al hacerse más escaso el empleo dependiente. 
Tres, dentro del dependiente, habitualmente suben los contratos a plazo fijo respecto de los a plazos indeterminados. 
Cuatro, se incrementa la informalidad. 
Cinco, sube la duración del desempleo.
En todos estos casos las personas pueden verse en una situación en que no pueden cotizar y/o no están legalmente obligadas a hacerlo. Decimos que en este caso se ha producido una “laguna previsional”, un período de no cotización.
En el caso de la crisis última, el impacto de corto plazo de estas lagunas sobre pensiones fue limitado porque la recuperación fue rápida y porque las pensiones actuales dependen poco de las cotizaciones del pasado reciente. Por el contrario, en un sistema de capitalización las pensiones actuales dependen de manera crítica del empleo del pasado lejano, cuando los jubilados eran jóvenes.
Esto nos lleva a un punto crucial: reinterpretar las grandes lagunas previsionales.
Razón 2-bis: Efecto intertemporal de las lagunas previsionales
En la discusión de la reforma de 2008 identificamos las lagunas previsionales como una causante de las bajas pensiones. Los trabajos de la Superintendencia mostraron una gran diversidad en “densidad de cotizaciones” (cotizaciones enteradas como porcentaje del total que debió ser pagado en un determinado período). La lagunas y la densidad varían con el ciclo económico. Así, con un componente significativo de capitalización, hay efectos intertemporales de las crisis económicas. Las pensiones actuales muestran cómo era el mercado del trabajo de hace 40 años.
A la generación que le toca ingresar al mercado del trabajo en medio de una crisis económica no solo tendrá un problema de desempleo juvenil sino otro de pensiones de vejez. Dependiendo de la magnitud de la crisis, esto puede ser más o menos severo. Este efecto intertemporal no está bien manejado en Chile.
La generación que se está retirando hoy sufrió altísimas tasas de desempleo en los décadas 1970-80. Por ejemplo, la tasa de desempleo juvenil llegó al 50% aproximadamente en 1976, luego cayó y con la crisis de 1982 subió hasta casi 60%. Por su parte, el tiempo de desocupación promedio subió de 20 semanas antes de 1975 a 40 semanas entre 1975 y 1990. Respecto de la informalidad, el subempleo promedió el 40% entre 1975 y 1990. La consecuencia de estas cifras es que la densidad de cotizaciones fue particularmente baja en los años 1970 y 1980. Y la carencia de ahorro en edades tempranas tiene un fuerte impacto sobre la pensión final.
También esto afecta a personas que habían comenzado a trabajar antes de las reformas de los años 1970, ya que el bono de reconocimiento requería 12 cotizaciones mensuales en alguna institución de previsión del antiguo sistema entre noviembre de 1975 y octubre de 1980. Dada la situación laboral de entonces, el bono de reconocimiento fue inferior al que hubiera correspondido en condiciones de empleo más normales.
Este problema se agravará en los años que siguen, porque comenzarán a jubilar por vejez los trabajadores que ingresaron al mundo laboral en los años setenta. Por ejemplo, este año podrán jubilar por vejez una mujer que en 1975 empezó a trabajar a los 19 años (o sea, a lo más con educación media completa) y un hombre que empezó a trabajar a los 24 (es decir, a lo más con un grado técnico o universitario).
Razón 3: Aumento en expectativas de vida
La tercera razón que explica el problema de las bajas pensiones tiene que ver con el incremento en las expectativas de vida. La esperanza de vida al momento del retiro de los hombres ha pasado de 17 años en 1985 a 19 años en 2014, un crecimiento del 13,3%. En el caso de las mujeres, pasó de 24,8 años en 1985 a 28,6 en 2014, es decir, un 15,3% más. El proceso de longevidad continúa y, según las últimas tablas de mortalidad 2016, la esperanza de vida a los 60 años de las mujeres es hoy 91 años, mientras que en el caso de los hombres a los 65 años se espera que vivan hasta casi los 86 años.
Es evidente que para cualquier nivel de ahorro, la mayor longevidad implica que es necesario financiar más años, lo que hace que el monto periódico que la persona reciba como pensión sea más bajo.
Conclusión
Es claro que las pensiones son bajas y que las causas de ello son múltiples. El sistema chileno de pensiones tiene un componente muy fuerte de capitalización individual y un colchón provisto por el pilar solidario que es importante pero cuyo nivel y cobertura son menores que lo deseable.
La mejor manera de enfrentar un tema tan complejo como el del sistema de pensiones en sociedades que están envejeciendo rápidamente, más allá del financiamiento estatal al pilar solidario, es mezclar la racionalidad del ahorro y del seguro para financiar pensiones.
Mañana veremos estas dos lógicas, pero desde ya sostengo que ninguna por sí sola pueden dar una solución satisfactoria.
Guillermo Larraín
Ex Superintendente de AFP, de Valores y Seguros, y ex Presidente del BancoEstado.
Académico de la Universidad de Chile y consultor internacional en pensiones. 
-« ¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo! »